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viernes, 24 de mayo de 2013

¿Por qué el ser y no la nada?


¿Por qué el ser y no la nada?

Empieza Heidegger en su libro Introducción a la Metafísica diciendo que la pregunta ¿Por qué es el ente y no más bien la nada? es la pregunta fundamental de la metafísica. Stephen Hawking lo formuló en una ocasión de esta forma:
¿Qué es lo que alienta a las ecuaciones y crea un universo para que lo describan?

Déjame que meta en el banquillo al filósofo alemán -no lo entiendo- y saque a jugar a un par de científicos, Tegmark y Tipler, para tratar de responder la pregunta metafísica por excelencia.

Hay que dejar claro primeramente que tal respuesta sólo puede ser dada desde una argumentación ontológica en donde se defina de forma lógica qué es y por qué es lo real. No obstante tales argumentaciones han resultado siempre inasibles al intelecto humano que parece incapaz de encontrar una explicación no contingente sobre lo que es real.

Recientemente, empero, Tegmark se ha dado a tal aventura metafísica postulando una reino platónico de las matemáticas. Existirían cuatro multiversos de distintos niveles siendo el cuarto el originalmente añadido por él. El multiverso de nivel I es el que percibimos y cuyo origen se remonta unos 14 mil millones apareciendo entonces el Big-Bang.

El nivel II de multiverso viene dado por las diferentes soluciones habidas para las ecuaciones fundamentales de la física. Así, por ejemplo, con la Teoría de Cuerdas, tendríamos de 10500 a casi infinitos tipos de universos posibles. Aun suponiendo que la Teoría de Cuerdas estuviera equivocada, sigue siendo bastante probable que ninguna TOE sea capaz de dar sino varias soluciones a sus ecuaciones.

El nivel III aparece por una interpretación radical del problema de la medida en la física cuántica, una interpretación propuesta por un físico llamado Hugh Everett en la década de 1950, que se cifra en postular que el que el universo se divide en versiones paralelas de sí mismo cada vez que se realiza una medida. En un universo verías al gato de Schrödinger muerto. En otro universo paralelo aparecería vivo.

Finalmente llegamos a último nivel de multiverso, el de nivel IV, el propuesto por Tegmark quien en una entrevista dirá que:
Galileo y Wigner y muchos otros científicos defenderían que las matemáticas abstractas "describen" la realidad. Platón diría que las matemáticas existen en algún lugar allí fuera como una realidad ideal. Yo trabajo entre ambos. Tengo la idea que suena a locura de que la razón por la que las matemáticas son tan efectivas al describir la realidad, es porque son la realidad. Esta es la hipótesis del universo matemático: Las cosas matemáticas existen realmente, y son verdaderamente una realidad física.


Así a la pregunta de Stephen Hawking la respuesta es que no se necesita aliento alguno que insuflar porque una estructura matemática no describe un universo, es un universo. Dirá:
La existencia de un multiverso de nivel IV también responde otra pregunta que ha desconcertado a la gente durante mucho tiempo. John Wheeler lo expuso de esta forma: Incluso si encontramos ecuaciones que describen nuestro universo perfectamente, entonces, ¿por qué esas ecuaciones y no otras? La respuesta es que otras ecuaciones gobiernan otros universos paralelos, y que nuestro universo tiene estas ecuaciones concretas porque es simplemente probabilidad estadística, dada la distribución de estructuras matemáticas que pueden soportar observadores como nosotros.

Lo cierto, lo sorprendente, lo verdaderamente reseñable de Tegmark es su intento de postulación de un argumento ontológico que nos posibilita una dilucidación lógica no empírica, por tanto necesaria, no contingente, de lo que es real. Para él lo real es aquello perceptible por una entidad consciente siendo un universo real sólo si sus leyes físicas permiten la existencia de tales entidades.

Breve excurso libresco: Hay una novela de Greg Egan, El instante Aleph, en donde se dibuja una teoría similar: La realidad sería creada justo en el momento en que fuera comprendida por una TOE, nos dicen.

Quiero hablar ahora del otro reciente intento de argumentación ontológica, el de Tipler, quien mantiene que el universo es similar a una simulación computacional, siendo su propia simulación, una simulación que no tiene que ejecutarse sobre un ordenador de verdad ya que, al fin y al cabo, lo que realmente es un programa de ordenador es un conversor de un conjunto de símbolos abstractos venidos en la entrada, en otro conjunto de símbolos abstractos siendo la computadora al uso nomás que una representación de esa conversión y siendo la mera existencia de esa transformación suficiente.

El problema que surge con esta perspectiva es que un programa de computadora al no ser, en esencia, más que una transformación de conjuntos de símbolos en otros, la totalidad de las posibles transformaciones, y por ende de todos los posibles programas de computadora, existirán en un platónico sentido abstracto en un número infinito siendo imposible dilucidar cuáles serán los reales, cuáles de entre las muchas simulaciones por computadora corresponden a universos físicamente existentes o, preguntado en los poéticos términos de, una vez más, Stephen Hawking:

¿Cuáles de ellos tienen insuflado fuego?

La respuesta es idéntica a la de Tegmark, tal y como se recoge en La Mente de Dios, de Paul Davies, Pag. 178:
Tipler propone que aquellas simulaciones suficientemente complejas para contener observadores (seres que piensan y sienten) como subsimulaciones son los que existen físicamente, al menos por lo que concierne a los seres simulados. Más aún, estas simulaciones existen necesariamente como consecuencia de los requisitos lógicos de las operaciones matemáticas involucradas en las transformaciones. Por tanto, concluye Tipler, nuestro universo (y una enorme cantidad de universos) debe existir por necesidad lógica

Hay que hacer notar que históricamente el problema de las argumentaciones ontológicas se ha cifrado en que, como agudamente señaló Hume, no es posible inferir de forma lógica la existencia de un ente en concreto dado que
Es un absurdo evidente pretender demostrar un hecho como necesario, o pretender demostrarlo con cualesquiera argumentos a priori. Nada es demostrable salvo si su contrario implica una contradicción. Nada que sea distintivamente concebible implica una contradicción. Cualquier cosa que concebimos como existente igualmente la podemos concebir como inexistente. No hay, por tanto, ser alguno cuya inexistencia implique una contradicción. En consecuencia, no hay ser alguno cuya existencia sea demostrable a priori.

No obstante tanto Tegmark como Tipler, al habilitar su definición de real, parecen superar dicho obstáculo al entender así, tan escherianamente, lo que es real.

De este modo, tal vez no necesitaríamos ya de un creador omnipotente para entender por qué hay el ente y no la nada sino que nos basta el Nomoteta –mito presente en numerosas mitologías y que hace referencia al primer creador de lenguaje (Adán en la Biblia)-; es decir, a lo real le bastaría con que fuera nombrado por alguien como real para serlo. Bíblicamente: en el principio fue el Verbo.

O tal vez sí, tal vez sí pudiéramos recuperar el argumento ontológico para que rehaga su primer trabajo.


Demostrar la existencia de Dios que sería, en la terminología de Tegmark, la estructura matemática de la que se derivan lógicamente el resto de estructuras matemáticas; que sería, en la terminología de Tipler, la simulación de la que se derivan lógicamente el resto de subsimulaciones, dado que de otro modo no habría nexo lógico que las uniera y, recordemos, sólo nos es posible una argumentación ontológica si la existencia es una propiedad lógica común a todos los entes existentes, esto es, una divina savia que insufla vida a todas las ramificaciones de lo real.

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